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Conferencia organizada por el

Seminario Universitario de Estudios del Discurso Forense de la

Universidad Nacional Autónoma de México,

con el apoyo del

Instituto de Investigciones Sociales y la

Facultad de Filosofía y Letras de la misma casa de estudios,

a ser impartida el 18 de noviembre de 2016

en dicha facultad.

 

Notas guía

 

 

Estudiar el discurso:

problemas ontológicos, epistemológicos, teóricos y metodológicos

 

Fernando Castaños,

investigador titular del Instituto de Investigaciones Sociales

 

1.  Octavio Paz

 

Por, con, contra la lengua; para

 

2. Haroldo de Campos

 

Y la poesía poesía

 

3. Widdowson

 

Sistema y uso

 

4. Enfoque comunicativo

 

5. Otro objeto, con otras unidades

 

6. El discurso depende de, pero no está determinado por la lengua

 

7. Salirse de las reglas; otras reglas

 

8. El discurso depende de, pero no está determinado por, el contexto

 

9. Decir; querer decir

 

10. Texto/discurso (Widdowson)

 

11. Texto/discurso (van Dijk; Halliday)

 

12. Qué lingüística, cómo extender la lingüística

 

11. Sociología y psicología

 

12. Antropología

 

13. Filosofía analítica

 

14. Antecedentes: trivium (gramática, lógica y retórica)

 

15. Mismas raíces: teorías de la enunciación, la recepción y la argumentación

 

16. Desarrollos afines: hermenéutica

 

17. Desarrollos afines y homónimos: Foucault

 

18. Contribuciones a las ciencias sociales y las humanidades

 

19. Aportaciones al lenguaje ordinario y al sentido común … re la vida social

 

20. Ontología, epistemología, teoría y metodología desalineadas

 

21. Ontología

 

Objeto externo al observador; representación mental; entidad lingüística; como una articulación de actos

Un proceso; una instrucción; una práctica; una construcción ideológica

 

22. Problemas

 

(1)   Para ver el ejido…

(2)   “Cómo estamos hoy.”

(3)  “Lo que tenemos aquí es un problema de comuncación.”

(4)  “Yo no me nombro así, porque no me gusta la palabra. Soy un trapecista.”

(5)  “Soy un trovador.”

(6)  “Siempre estuve con el general Degaulle. Nunca fui Gaullista.”

(7)  “La Europa de las naciones, no la de los nacionalismos.”

(8)  ¿Si el presidente de la SCJN adopta un estilo al presentar al pleno un asunto,

propicia mayor y mejor deliberación que si adopta otro?

 

Indeterminación del significante; del significado literal; del referente; de las intenciones; de los actos de habla; del significado discursivo

Tipos y muestras;

Un carácter integral (lo que se hace con la palabra y cómo se hace).

Acoplamiento. La sílaba escrita no coincide con la sílaba hablada.

 

Entonces, en el discurso no sólo se aluden, sino que se seleccionan y se configuran,

explícita e implícitamente, los entornos y las ópticas.

 

 

(9)    El doctor Quiroz Cuarón re Ramón Mercader, Jacques Mornard.

(10)  La reconstrucción que hacen Scherer y Monsiváis del diálogo clave en el que Luis

Gutiérrez Oropeza pregunta a Díaz Ordaz.

 

23. Signo complejo

 

discurso = ((( cadena lingüística : significado literal ) : significado tetual ) : significado discursivo )

 

discurso = (cadena lingüística : : : vector pragmático ) [ emplazamientos ]

 

Con una cadena lingüística se asocian un significado literal, uno textual y uno discursivo. El primero de ellos es producto de combinaciones de rasgos codificados en el sistema de la lengua, las cuales se supone están determinadas por la sintaxis. Los otros dos significados dependen del contorno paralingüístico y los emplazamientos de la cadena.

 

Poner el acento en la asociación del significante y el significado supera los problemas de las cuatro concepciones básicas.

 

24. Epistemología

 

Ÿ Qué tipos de enunciados

 

Gramática descriptiva, generalizaciones, distribuciones diferenciales; gramática normativa, prescripciones imperativas, restricciones de co-ocurrencia; gramática chomskiana, reglas generativas (Harris), relaciones estructurales mediatas y más abstractas; Halliday y Hasan, esquemas combinatorios, consecuencias en el mensaje;

 

sociología y psicología cuantitativas, leyes estadísticas, la posibilidad de ocurrencia y los efectos probables del mensaje.

 

Etnografía, observaciones empáticas y extrañamientos, la singularidad

 

Instrucciones. Principios heurísticos. Principios heurísticos proverbiales, de carácter

prudencial cómo se atribuye.

 

Narrativa.

Más allá de causalidades probabilísticas y sistémicas (multifactoriales). Encadenamiento

de intenciones.

 

Ÿ Qué cuenta como datos

 

Grandes corpora/corpus

Enunciados notorios

Juicios de discursividad

 

 

25. Teoría

 

Ÿ Realización Unidades de la lengua y unidades del discurso

 

Cuadro 1. Las unidades de los sistemas de la lengua

 

  Fonología Ortografía Sintaxis Semántica
Subunidades Rasgo fonético Rasgo gráfico Morfema  
Unidad fundamental Fonema Letra Palabra Lexema
Unidad de construcción Sílaba oral Sílaba escrita  

Sintagma / frase

 

Campo semántico

Unidades intermedias Palabra Palabra
Unidad mayor Grupo tónico Oración Oración Esfera semántica

 

Cuadro 2. Las unidades de los sistemas del discurso

  Habla Escritura Actuación
Subunidades Locución Frase Expresión (referencial, predicativa);

Modalización

Unidad fundamental Enunciado Enunciado Proposición, Actos (epistémico, deóntico, valorativo)
Unidad de construcción Enunciación Párrafo Encadenamiento
Unidades intermedias Tramo Sección Cadena
Unidad mayor Alocución Texto Discurso

 

Ÿ Taxonomía de los actos

 

Ÿ Emplazamientos = entornos + ópticas

 

entornos = ubicación espacio-temporal; situación de habla; contextos discursivos; ámbitos sociales

 

ópticas I = lengua; sociolecto; registro; género…

 

ópticas II = objetiva; subjetiva; reflexiva…

 

Ÿ Implícitos

 

Ÿ Principios heurísticos

 

(a3) Se reordenan los rasgos de significado (de orden general) que definen a los pronombres (O, D, T), de manera que quede en primer lugar el primer rasgo del pronombre canónico de la persona referida. Entonces, los rasgos específicos propios de la persona referida que corresponden a ese rasgo general adquieren prominencia (y pueden ser base de interpretaciones metafóricas).

 

(a2) Se prefiere el orden canónico de los rasgos de un pronombre o algún reordenamiento de ellos en virtud de una combinación (óptima) de tres principios heurísticos proverbiales, es decir, de carácter prudencial: p1, de adecuación pragmática; p2, de unidad discursiva; p3, de sensatez enunciativa.

 

26. Metodología

 

Muestreo estadístico

Muestreo de expertos

Muestreo retroalimentativo

Artesanía de exposición

Cita

Paráfrasis

Criterios de selección, segmentación y etiquetación

Comparación y contraste

Constatación de la teoría y de los participantes

 

(Una disciplina de conocimiento que se reconozca como académica y procure constituirse como una alternativa a las científicas, acaba siendo científica. En todo caso, queremos una ciencia consciente de las críticas a su inconciencia ontológica y epistemológica (e ideoloógica))

 

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La derrota de Hillary Clinton: un asunto estratégico

16 de noviembre de 2016

Antes de iniciarse la contienda presidencial de 2016 en Estados Unidos, Hillary Clinton y su equipo sabían que habrían de emprender una campaña cuesta arriba. En los últimos 65 años, solamente en una ocasión se ha elegido en ese país a candidatos del mismo partido para ocupar tres periodos consecutivos la Casa Blanca. Aunque, después de dos periodos considerablemente exitosos, el presidente demócrata Barack Obama gozaba de una aprobación alta para estos tiempos, lo más probable era que los votantes optaran por la alternancia, y eligieran al candidato republicano si, quienquiera que fuera, lograba que el tema principal de la disputa fuera el cambio. Además, ella había acumulado muchas animadversiones, como le ocurre a cualquier estadounidense que permanece entre la élite política mucho tiempo, y ella y su esposo, el ex presidente Bill Clinton, habían sido grandes figuras durante 35 años.

 

Hillary Clinton y su equipo resolvieron muy bien el problema estratégico básico. Por la naturaleza de las disputas temáticas, el contenido de su mensaje principal no podía ser la continuidad. Oponerse así al tema del cambio, hubiera indicado qué éste era el importante. Decidieron desplazar la atención primaria, no sólo del tema que casi con seguridad adoptarían los republicanos, sino hacia uno que se ubicara en un campo que no implicara referencia al gobierno de Obama, y optaron por la unidad, que se localiza en el terreno de las relaciones entre los habitantes del país. El lema que eligieron para comunicarlo, “stronger together”, contribuyó significativamente a concitar más votos directos que los que recibió el candidato finalmente nominado por los republicanos, Donald Trump, alrededor de la consigna “Make America great again”.

Sin embargo, a lo largo de la campaña, el equipo Clinton no logró resolver todos los problemas tácticos y técnicos que enfrentaba, y la prevalencia de la unidad sobre el cambio que se manifestó en el ánimo de la mayoría nacional de votantes no se replicó en todos los estados, por lo que no se tradujo en un número de delegados al Colegio Electoral suficiente para nombrarla presidente. Empleando un vocabulario común en Estados Unidos, ella ganó el voto popular, pero perdió el voto electoral. Quienes siguieron la cobertura de la votación en los medios electrónicos vieron, cerca del final de la jornada electoral, que tres estados le hubieran dado a ella suficientes votos electorales para alcanzar la presidencia, y que esos podrían haber sido cualesquiera de un conjunto de cinco que se ubicaban en el cuadrante noreste del país: Wisconsin, Michigan, Pensilvania, Nueva Hampshire y Carolina del Norte. Perdió los cinco.

En dichos cinco estados, el mensaje del cambio, no sólo atrajo mayor atención que el de la unidad, sino que, en parte fue apoyado por uno casi contrario a éste. En dicha zona, resonó un rechazo a las diferencias raciales y religiosas que le había dado a Trump, primero, la nominación republicana; y allí tuvieron poco eco los mensajes complementarios de Clinton, entre los que se encontraba el impulso a la innovación en tecnología y servicios, para revertir en los estados mencionados un grave decaimiento económico, el cual, por supuesto, propiciaba la recepción del discurso de Trump.

En breve, los temas favorables a Trump acabaron ocupando los lugares más altos en la jerarquía que los votantes de los cinco estados quisieran ver convertida en la agenda del gobierno.  Por testimonios publicados en diferentes medios y, sobre todo, a partir de encuestas postelectorales, podemos plantear que ello se debió, principalmente, a tres cuestiones. La primera fue la identidad de los destinatarios que se prefiguraba en la comunicación de Trump. Se consideraban interpelados por él, cabezas de redes verticales de comunicación interpersonal, como los pastores de las congregaciones evangélicas y los padres de las familias blancas tradicionales.

En las conversaciones de los miembros de dichas redes, los temas se ponderan generalmente de la misma manera que lo hace el jefe. Si el jefe considera que una ponderación contribuirá a mantener la estructura de la red, él mismo impulsará su difusión; si piensa que desestabilizará la red, procurará bloquearla. Quizá huelgue decir que tiene medios para hacerlo: una señal suya puede inducir la exclusión de quienes no adopten su visión de las cosas.

Trump varias veces les dijo a los evangelistas que los amaba por ser quienes eran y por ser como eran. Por eso, aunque a veces los contenidos de los mensajes de Trump eran vacilantes en relación con los valores de los evangelistas, sus jefes se sintieron más seguros con él que con Clinton y propiciaron que, en sus congregaciones, la votación por Trump fuera muy superior a la que tuvo Clinton.

Algo análogo ocurrió con las familias blancas tradicionales, aunque en este caso el mensaje no fue comunicado explícitamente en los enunciados de Trump, sino tácitamente por las situaciones de comunicación, en las que aparecían él, su esposa y sus hijos. Él quedaba como un supervisor severo y ellos como emisores que decían lo que debían decir; todos formaban una familia patriarcal de la que surgirían más familias verticales.

Clinton no encontró una identidad para la pluralidad que convocaba a juntarse, un retrato de la unidad que pudiera orientar a los blancos evangelistas de los cinco estados hacia redes de comunicación horizontales, en las que ellos fueran capaces de decidir por sí, de manera diferente a los pastores y los padres autoritarios. El gran obstáculo aquí fue que en las localidades donde perdió, en los cinco estados mencionados y prácticamente en todos los de la Unión Americana, no había muchas redes horizontales. Esto se evidencia en una correlación muy alta con su tamaño: eran, por lo general de menos de un millón de habitantes.

La segunda cuestión que el equipo Clinton no pudo enfrentar suficientemente bien fue concerniente a los atributos personales, suyos y de su contrincante. Éste es un campo temático que siempre debe atenderse en una contienda y que algunas veces llega a convertirse en el más importante. Para resolver los asuntos que finalmente queden en la agenda del siguiente periodo de gobierno, deberán tomarse medidas y su ejecución requerirá agentes. Clinton procuró quedar como agente confiable, por su inteligencia, su experiencia y su dedicación; y lo logró en momentos importantes, pero otra vez, a nivel nacional, y no en los cinco estados que resultaron claves. En ellos, Trump quedó como agente, sin adjetivos; y eso es lo mejor que pudo haberle pasado si de lo que se trataba era de terminar asociado con el cambio.

La mayor dificultad aquí se debía a las iniciales animadversiones hacia Clinton. Para que esas no constituyeran un factor de peso, lo que decidió el equipo demócrata fue proyectar una imagen de Trump como un inepto para la presidencia, y así tratar de nivelar la arena de la contienda. En cierto sentido, tuvieron éxito, y Trump terminó con tantas o más calificaciones negativas que Clinton; pero, entonces, Trump mismo se convirtió en un tema de la campaña. Si sus contrincantes hablaban tanto de él, pensaron los votantes, sobre todo en los cinco estados, es porque era de tomarse en cuenta: tenía capacidad de agencia.

La tercera cuestión que se le presentó a Clinton fue la dinámica de la información en los medios. Casi por definición, en el ámbito periodístico, una noticia da cuenta de algo inesperado, que no corresponde a nuestras expectativas. Quizá por inclinación espontánea, o tal vez por aprendizaje como conductor de un programa de televisión, Trump hizo muchas declaraciones escandalosas para el votante promedio y extravagantes para los lectores informados, que se convertían regularmente en los principales encabezados de los diarios y en las notas que abrían los noticieros de la televisión. Frente a ello, que daba credibilidad a su voluntad de cambio, el equipo demócrata debía generar muchos actos que pudieran atraer algunos reflectores, muchos encuentros físicos entre promotores y posibles votantes y muchos boletines con análisis.

Un número considerable de reporteros y editorialistas, que realizaron investigaciones y análisis independientes, cuestionaron la validez de las premisas de Trump y denunciaron los (anti)valores que él suscribía abierta o tácitamente. Sin embargo, entre los integrantes de las redes verticales que votaron por él, poca gente lee a ese tipo de autores. Además, desde que era precandidato, él desató una campaña para desacreditar a los periódicos más serios y los canales de televisión más balanceados, que encontró apoyo, no se sabe si casual o decididamente, en las llamadas redes sociales. Facebook difundió en cantidades desproporcionadas noticias falsas que lo beneficiaban o perjudicaban a Clinton.

El ataque le permitió ir configurando una gran conspiración contra él, en la que incluyó, además de a los propios medios y la élite a la que pertenecen los Clinton, a todo el sistema político y, al final de su campaña, a oscuros magnates globales. Como corolario, él daba a entender que, si estaba por el cambio y ellos lo atacaban así, entonces ellos eran la prueba de que había que cambiar las cosas.

En varios periodos, el equipo de Clinton logró contrarrestar los efectos de las noticias sobre Trump y, cuando faltaban dos semanas para el día de la elección, parecía que ella se encaminaba a un triunfo claro; sin embargo, unas cartas de la oficina federal  de investigación (FBI) a la cámara baja del congreso estadounidense promovieron insinuaciones que le dieron proyección al tema de los atributos negativos de Clinton y, en consecuencia, no sólo restaron peso a su tema de la unidad, sino que reforzaron el del cambio de Trump.

Las tres cuestiones, la de las identidades de los destinatarios, la de la referencia al propio Trump y la del procesamiento mediático, no fueron resueltas suficientemente por varias causas generales, además de las dificultades específicas de cada una ya señaladas. No las trataré aquí, pues cada una requeriría un texto de la extensión de éste. Solamente mencionaré una de ellas: la “inteligencia”, como llaman en Estados Unidos frecuentemente a la información que sustenta las estrategias y las tácticas. Las encuestas sobre las características de los votantes y las modificaciones de sus preferencias a lo largo de la contienda, fueron muy escasas en dos de los estados mencionados, Wisconsin y Michigan, al grado de que Clinton nunca pensó que debería preocuparse por tener presencia física en ellos. Además, tanto en ésos como en los demás estados críticos señalados (y en muchos otros) la calidad de las encuestas fue muy variable y sus resultados no fueron leídos adecuadamente. Todo hace suponer que el equipo Clinton confió, sobre todo, en algunas buenas encuestas nacionales, como si la contienda se fuera a definir en el voto popular y no en el electoral.

En tal contexto de déficit táctico (y de inequidades como la creada por el FBI), el equipo demócrata no encontró forma de contrarrestar dos propuestas en las localidades pequeñas de redes verticales que le dieron a Trump la mayoría en el Colegio Electoral, que fueron los vehículos principales de sus dos grandes temas. Prometió revisar o cancelar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte y construir un muro en la frontera con México. Así, subrayó que era el candidato del cambio y el del rechazo a los otros.

Aunque no fue visto así en su momento, es claro ahora que se requería una capacidad estratégica mucho mayor para derrotar a Trump que para llevarlo al triunfo, pero no deberían minimizarse los logros de su equipo. Si los demócratas piensan competir seriamente contra él dentro de cuatro años, tendrían que ser mejores de lo que fueron, pues probablemente él tenga entonces mejores condiciones aún que ahora; los estadounidenses tienden a reelegir a sus presidentes. Aún si depositan sus esperanzas en la contienda posterior, la de 2024, que debería serles más favorable de inicio, bien harían en analizar sus errores y los aciertos de los republicanos.

[Ds20161117 @spdemocratica]

* He decidido la estructura de los argumentos que presento aquí después de discutir la mayoría de ellos con integrantes e invitados del seminario Perspectiva Democrática y con amigos del grupo Serendipia. Asimismo, he incorporado algunas ideas que debo a ellos. Espero poder responderles mejor y reconocer más específicamente sus aportaciones, en un texto más extenso y de otro carácter. De cualquier modo, les expreso mi agradecimiento.

 

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Discurso

DEFINICIÓN

Durante las décadas de 1950 y 1960, en las conversaciones cotidianas y en los medios de comunicación, el término discurso se empleaba para referirse a tipos específicos de alocuciones. Quien lo escuchaba pensaba en palabras dichas en condiciones más bien formales. Sabía que generalmente eran pronunciadas por emisores designados previamente para ello y que sus propósitos se encontraban dentro de un rango restringido. Suponía que ellos eran personajes reconocidos o funcionarios importantes que conmemoraban algo, políticos que buscaban un cargo, o bien líderes que promovían una causa.

Hoy, para periodistas y conductores importantes, la palabra discurso denota toda suerte de unidades, no sólo de habla, sino de escritura, y parece que este significado más amplio se está extendiendo entre la población. Con esta voz puede hacerse referencia a artículos científicos o a conversaciones casuales, a convenios comerciales o a alegatos jurídicos, a narraciones fabulosas o a testimonios graves. Se le encontrará utilizada también para aludir al vocabulario, al estilo o al sistema de ideas propio de una de esas unidades. En parte, el cambio se debe a la difusión de algunos usos ancestrales de la palabra, que se habían conservado en ámbitos restringidos, por ejemplo, para nombrar algunos tratados filosóficos, y en buena medida, es resultado de una transferencia de conocimientos de los espacios de las ciencias sociales y las

humanidades a los del sentido común. Lo que ha impulsado la nueva denotación del término es advertir que en todos los usos de la lengua se recrea nuestro universo. Tanto una plática informal o una arenga improvisada como una exposición preparada de antemano dependen de reglas de interpretación que se han ido dando en las sociedades y que se presentan cada vez que se emplean palabras. Los hablantes y sus destinatarios saben, por ejemplo, que en un desplegado, el pronombre nosotros ha de entenderse literalmente como una pluralidad de primeras personas, pero en una consulta, el médico puede utilizarlo para interpelar al paciente y así evitar las implicaciones de elegir entre tú y usted. Aquí, en el hecho simple de elegir el significado literal o uno diferente, entran en juego las nociones de persona, pluralidad e interpelación, y, con ellas, ciertas formas de observar lo que ocurre y ciertas maneras de relacionarnos. Esto ocurre porque hay, precisamente, reglas del juego que nos indican quién puede referirse a qué, cuándo y cómo.

Las distintas formas de habla y escritura que hoy comprende la palabra discurso también se califican en función de criterios comunes, conforme a un nivel de abstracción pertinente; por ejemplo, se espera, o al menos es deseable, que una nota periodística, al igual que una clase de matemáticas, sea informativa y coherente. Un chiste, al infringir el código, lo reconoce; cuando es eficaz, nos hace reír porque su inesperado desenlace pone en evidencia las expectativas que se van generando con cualquier narración en función de las exigencias de información y coherencia. Tales normas de apreciación, como las reglas de interpretación, son logros culturales que se heredan y enriquecen con

el paso de las generaciones. Entonces, aun cuando no se cumplan las reglas y los criterios, hay en la simple utilización de la lengua una referencia a ellos, la mayoría de las veces tácita; de hecho, desobedecer las reglas e incumplir los criterios no siempre son meras faltas y, en muchas ocasiones, son significativos en sí. Más aún, el cumplimiento y la infracción son los principales medios por los que se ratifican y se modifican unas y otros, aunque tanto en la conservación como en el cambio, también intervienen los pronunciamientos expresamente normativos de personas y organismos a los que se confiere autoridad, como las academias de las lenguas, los comités de premiación literaria, las comisiones editoriales de las asociaciones científicas, los consejos de redacción de los medios de comunicación y los secretariados de los órganos de representación política.

En las tramas discursivas, se ponen en juego las visiones que acerca del mundo tienen los usuarios, es decir, los hablantes y los oyentes, los autores y los lectores. Ahí se escenifican también las relaciones que ellos guardan entre sí. Las reglas de interpretación y los criterios de juicio del discurso suponen formas de clasificar las cosas y asignarles papeles en los acontecimientos. Por lo tanto, importa cuál de las opciones definidas por las reglas y los criterios se elijan; sabemos1 que no es lo mismo (1) que (2):

(1) El bebé lloró. La mamá cargó al bebé. (2) La mamá cargó al bebé. El bebé lloró.

1 Esta es una observación de Widdowson y Urquhart (1976) que ha tenido una influencia indirecta considerable, aunque no ha recibido el reconocimiento que merece.

Las tramas implican también maneras de definir las identidades, las adscripciones, las posiciones y los alineamientos de las personas. Cuando Armando Manzanero dice “soy un trovador” para contestar si acepta que le llamen “poeta”, asume unas maneras de relacionarse con la lengua y con su público; cuando Bob Dylan dice “soy un trapecista”, en respuesta a la misma pregunta, plantea otras formas de hacerlo. Además de expresar pudor y mesura ante la palabra poeta, la afirmación literal del baladista romántico refleja la aspiración de que en sus líneas se reconozcan los auditorios que va encontrando al andar. En cambio, al tiempo que llama a cuentas al mismo vocablo, la metáfora del rockero lo presenta a él ante la concurrencia como alguien dispuesto a dar giros inesperados y lo invita a ser cómplice de los riesgos que corre.2

Generalmente, cuando se observan las reglas y se adoptan los criterios del discurso, se suscriben las clasificaciones de los seres y los modelos de acontecimientos que contiene la lengua. Asimismo, se validan los vínculos entre los usuarios que entraña el habla. A la inversa, actuar al margen de las reglas y de los criterios muchas veces expresa desacuerdos con las formas de aprehender las entidades y sus dinámicas. Por los mismos medios se cuestiona también el orden que rige a los usufructuarios. Es lo anterior lo que explica que las alianzas y las contiendas políticas sean, casi siempre, negociaciones y confrontaciones discursivas. Un ejemplo ilustrativo es la lucha entre el Ejército

2 Estas observaciones se basan en análisis que he presentado en mis cursos de doctorado en el Posgrado en Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y que estoy recogiendo de manera abreviada en mi sitio electrónico (www.discoursescience.info).

Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y el gobierno mexicano a mediados de los años de 1990. Ésta se libró, primero, mediante comunicados de cada parte; luego, en discusiones sobre reglas para la deliberación y, después, incluso, en conversaciones para generar una propuesta común de reforma constitucional. En todos esos discursos, cada uno, el gobierno y el EZLN, disputaba la identidad que el otro asumía y difundía (Castaños et al., 2000). De esa manera, confrontaban sus pretensiones de legitimidad y de representación.

Entonces, en el ámbito académico, tiende a pensarse que en el discurso se establecen las concepciones y se generan las relaciones que definen a las sociedades. En forma breve, y quizá provocativa, muchas veces se dice que la realidad es construida por el discurso. Sin embargo, es frecuente también que se plantee que todo discurso está determinado por sus condiciones de producción, que lo que se dice y escribe obedece a concepciones y relaciones previas y, por lo tanto, las reproduce. Hay una dificultad básica para precisar cómo y en qué medida un discurso puede ser agente y, al mismo tiempo, proyección de su ámbito social. Aunque, como ya se señaló, lo que puede observarse en relación con el conjunto denotado por la palabra discurso es algo muy cercano al consenso, este término está lejos de representar un concepto común.

El discurso se caracteriza de distintas maneras en diferentes escuelas. Entre otras, se le ve como una unidad lingüística,3 una interacción

3 Para números considerables de investigadores, el discurso está constituido esencialmente como la frase o la oración, aunque es de orden mayor que estas unidades. Entre quienes

circunstancialmente determinada4 o una construcción ideológica.5 Yo he propuesto definir un discurso como un signo complejo, noción que aprehende los elementos válidos de las concepciones mencionadas anteriormente, evita los problemas que entrañan y permite comprender mejor la relación entre el discurso y su ámbito (Castaños, 2011). Al igual que una palabra o un guiño, un discurso consta de un significante y un significado, que están asociados por la fuerza de la convención: en el caso de la palabra, el significante (o portador) es una serie de sonidos, como por ejemplo: m – e – s – a. Aquí, el significado (lo que se porta) es una noción, como la que aprehende una definición de diccionario: “mueble compuesto por una plataforma sostenida por una o varias patas, encima de la cual generalmente se pone o se hace algo” (DEM, 2010). En el caso del guiño, el significante es el cierre de un ojo, y el significado, una expresión de empatía o un llamado a la complicidad.

El significante de un discurso es un texto y el significado un mensaje; pero

el primero es ya un signo o, mejor dicho, una serie de signos. Está formado de

suscriben esta concepción, destacarían dos grupos diferentes entre sí: uno que considera a Zellig Harris (1952) como el gran precursor y otro que toma a Michael Halliday y Ruquaya Hasan (1976) como los grandes iniciadores,
4 Han ido ganando adeptos las ideas de que en un discurso se responde de diversas maneras, sobre todo por medio de la prosodia, a su situación y que ésta se define, no sólo por el tiempo y el lugar de emisión, sino también por una multiplicidad de factores sociales y psicológicos, como la relación entre los participantes y la intención de los hablantes. Destacan en esta línea dos corrientes de investigación: la etnometodología y el análisis conversacional. Los fundamentos de estas corrientes se pueden apreciar en Garfinkel (1967), Sacks y Garfinkel (1970), Sacks, Schegloff y Jefferson (1974) y Sacks (1995).

5 Con base en análisis sustentados en la gramática sistémico funcional de Michael Halliday (1973), Gunther Kress y Robert Hodge (1979) observaron que las distintas maneras de hablar de un mismo acontecimiento lo representan o modelan de diferentes maneras, por ejemplo, culpando o soslayando al agente. A partir de aquí, en buena medida inspirados por la noción marxista clásica de la ideología, es decir, como una conciencia social determinada por el ser social, hicieron ver que en el discurso se libran disputas de poder, lo que dio pie a una corriente denominada Análisis Crítico del Discurso, a la cual se hará alusión en la última sección de este artículo.

palabras que tienen de antemano sus significados como tales, sus significados literales. En el momento de ser usadas, pueden adquirir un valor discursivo coincidente con ese significado literal, como ocurre con nosotros en el caso del desplegado y con trovador en el caso de Manzanero; pero también pueden adquirir un valor diferente, como sucede con nosotros en el caso del doctor y con trapecista en el caso de Dylan.

Además, el mensaje posee tres dimensiones, como se explicará en la próxima sección. Por medio de un texto, se realizan actos que hacen presente o modifican el conocimiento, como la definición, la observación y la generalización; pero también actos que reiteran o cambian las obligaciones y los derechos, como la promesa, la orden y la invitación, y asimismo actos que ratifican o alteran las valoraciones, como el elogio, la advertencia y la incitación. De hecho, un enunciado prototípico tiene el potencial de realizar simultáneamente tres actos (uno de cada tipo), aunque hay ocasiones en que sólo se realiza un acto y otras en que se realizan dos.

En ese orden de ideas, el significado textual de una unidad de habla o escritura constituye un conjunto potencial de actos y su significado discursivo es un conjunto de actos que se realizan por referencia al potencial y que pueden o no coincidir con él. Por ejemplo, afirmar que hace calor puede ser una manera indirecta de pedir que se abra la ventana o una manera irónica de decir que hace frío. Que el significado discursivo de un enunciado sea igual o diferente de su significado textual dependerá de factores como la entonación, el ritmo y el volumen, en el caso de la lengua hablada, o la puntuación, la tipografía y el

diseño de la página, en el de la lengua escrita, factores que reciben la denominación técnica de paralingüísticos. Dependerá también de sus entornos: de los enunciados que lo antecedan, es decir, de su contexto discursivo; del lugar y el momento en que se emita, es decir, de su ubicación física; de quién lo diga o escriba a quién, es decir, de su situación de enunciación, y de las relaciones que guarden entre sí esos individuos fuera de la situación y con otros a los que se haga referencia, es decir, de su ámbito social.

La coincidencia o divergencia entre los significados textual y discursivo estará también en función de la óptica o punto de vista que se adopte, lo que, a su vez, estará implicado en los propósitos del discurso. En un artículo de una revista científica que busque explicar las propiedades de ciertas algas de la Huasteca, es poco probable que la palabra célula se use metafóricamente; en cambio, en un artículo periodístico que intente informar sobre un nuevo sistema de generación de imágenes, es muy improbable que la misma palabra se use literalmente.

En suma, un discurso es una serie de enunciados con que se realizan actos epistémicos, normativos y valorativos. Esos actos pueden corresponder al potencial textual de los enunciados o apartarse de él, dependiendo de reglas convencionales y en función de los propósitos, las perspectivas y los entornos de enunciación.

HISTORIA, TEORÍA Y CRÍTICA
Las ideas que sustentan las definiciones expuestas en el apartado anterior provienen de indagaciones en distintos campos de las humanidades y de las

ciencias sociales. Muy probablemente serían aceptadas por la mayoría de los estudiosos del discurso, aunque las ponderarían de maneras diferentes, según sus orientaciones. La concepción de un discurso como un signo complejo fue prefigurada por Charles Peirce (1894), Jacques Derrida (1967) y Roland Barthes (1957). De acuerdo con los dos primeros, un signo remite a otro signo; de acuerdo con el tercero, hay signos que son significantes. Adoptar esa concepción implica asignar importancia a lo que tienen en común un discurso y muchos otros signos que forman parte de la vida social. Nos lleva a subrayar, de entrada, el carácter convencional de la asociación entre el texto y el mensaje, a ver que es arbitraria, en el sentido de Ferdinand de Saussure (1916), o intencional, según John Searle (1995), que es atribuida por los usuarios del discurso. No hay entre el texto y el mensaje ni una relación causal ni una semejanza que pudieran llevar de uno al otro a alguien ajeno a las convenciones de atribución. Un discurso es, por ello, como una seña, que tiene el significado de saludo porque se lo hemos dado, y no como el humo, que significa fuego porque es causado por el fuego. Es como una moneda, en la que reconocemos un valor porque el valor le ha sido asignado, y no como un reflejo, en el que vemos un objeto porque sus puntos corresponden a los de él.

Por supuesto, decir que un discurso es convencional, arbitrario o intencional no quiere decir que sea caprichoso. Sí implica advertir que un mismo texto podría expresar distintos mensajes en diferentes circunstancias, y que un mismo mensaje podría ser plasmado en distintos textos; pero también conlleva afirmar que toda interpretación de un texto puede ser juzgada como

válida o inválida, o dicho de manera más sutil, que entre dos interpretaciones posibles generalmente puede decirse cuál es preferible. De hecho, poner la complejidad del signo discursivo en un primer plano conlleva destacar la necesaria existencia de criterios de juicio. El punto clave de la distinción entre las nociones de significado textual y significado discursivo es que el primero es universal en el sentido y en la medida en que lo es la lengua; mientras que el segundo es particular, propio de una ocasión. Lo que se formula con una combinación de palabras, en virtud de sus sentidos literales y de sus relaciones gramaticales, es lo mismo siempre, sin importar quiénes y cuándo las combinen; pero lo que se logra decir al usar esa formulación varía con la situación y con el contexto de uso.

Los significados de la lengua, que son la materia del texto, existen antes del discurso. El significado discursivo se crea ahí, con el discurso. Podríamos permitirnos decir que se produce en el discurso o por el discurso; la licencia no sería muy abusiva y ayudaría a recalcar que el discurso, más que un instrumento, es un medio activo.

El significado discursivo puede entenderse como el resultado de una derivación; está formado por conjunciones, implicaciones y negaciones de elementos textuales seleccionados. Grosso modo, en el uso de trapecista por Dylan, ejemplo mencionado anteriormente, se toma la consecuencia de un salto ágil, llegar pronto de un punto a otro, y se destaca el deseo de trascender las limitaciones que lo impulsan; pero también se deja fuera la naturaleza específica del salto, su carácter físico. Lo que se selecciona y lo que se implica,

como lo que se niega, obedecen a una búsqueda de unidad entre lo que se está diciendo, lo que ya se ha dicho, lo que ya se sabía y lo que se espera. Porque sabemos que el músico estadounidense no es un cirquero, procuramos encontrar un parecido que venga al caso entre los poetas y los trapecistas. Lo que sucede, entonces, es que lo implícito no se transmite ni se recibe en un sentido estricto, sino que está suscitado por el autor y fabricado por el destinatario. Lo que rige la comunicación así entendida es lo que Paul Grice (1968) ha denominado “principio de cooperación”: quien participa en una conversación ha de intentar que su contribución sea verdadera, pertinente, clara y proporcionada; sabe que ésa es la consigna y que su interlocutor sabe que los dos lo saben. Ambos saben también que si el hablante comete una falta probablemente es por una buena razón, que así será percibido y que, por lo tanto, esa razón deberá indagarse (y procurarse). Si, por ejemplo, cuando se pide una opinión acerca de una tercera persona, la respuesta es demasiado breve, el oyente inferirá que la contestación completa es incómoda para el hablante y que, por lo tanto, su opinión de la tercera persona no es muy buena. En un esfuerzo cooperativo, el oyente confecciona la solución que el hablante apenas indica.

El principio de cooperación preside, incluso, el engaño y es la base para entender las diferentes formas del ardid. Lo que hace un prevaricador es inducir la creencia de que se han cumplido las cuatro exigencias de Grice cuando en realidad se ha faltado a alguna de ellas, o se ha incumplido alguna por una buena razón, aun si ya hay una contribución que las satisfaga todas.

De una manera u otra, es la propia víctima la que genera el error que lleva al timo.

La comunicación y el discurso son contrapartes; si la una es cooperativa y, en una medida importante, implícita, el otro es plural. Con un solo enunciado explícito pueden darse a entender varias ideas implícitas. El significado discursivo puede tener más de una dimensión, condición que, desde otra perspectiva, Michael Halliday (1970) ha calificado como cardinal del lenguaje humano, y que no ha sido debidamente atendida en el ámbito del que proviene nuestro conocimiento acerca del carácter del significado discursivo: la filosofía analítica. Aquí, Bertrand Russell (1905) propuso, a principios del siglo XX, que decir cuándo es verdadera y cuándo falsa una oración equivale a decir cuál es su significado. Con ello, intentaba capturar una intuición importante: quien puede juzgar si lo que se dice es cierto o no es alguien que entiende lo que se dice. Russell sustentaba su tesis, sobre todo, en análisis perspicaces sobre algunas funciones de los artículos definidos e indefinidos, de ciertas conjunciones y de algunos cuantificadores, con lo cual impulsó investigaciones en los terrenos de intersección de la filosofía del lenguaje y de las filosofías de la lógica y las matemáticas, cuyo precursor había sido Gottlob Frege.6 De hecho, desde entonces hasta hoy, los grandes filósofos interesados en alguno de estos tres campos han hecho referencia a la tesis de Russell, implícita o

6 Ver, por ejemplo, Frege, 1962: una compilación breve que presenta varias de sus ideas principales.

explícitamente; unos para apoyarla o apoyarse en ella, otros para refutarla o cuestionar su pertinencia.

De las discusiones sobre la relación entre el significado y la verdad han surgido numerosas aportaciones a la comprensión del discurso. Las principales que aquí se señalarán son dos precisiones sobre los temas de los que habla Russel y sobre su manera de formular los problemas.

En primer lugar, las oraciones no son ni verdaderas ni falsas, lo que planteara con agudeza Peter Strawson (1950); lo verdadero o falso es aquello que se dice con las oraciones, puesto que con una misma oración pueden decirse diferentes cosas. Por ejemplo, con la oración “el señor es sabio” puedo decir que Juan es sabio y que Pedro es sabio, y no tienen que ser ciertas las dos cosas (ni tampoco falsas).

En segundo lugar, si juzgamos algo como verdadero o falso, es porque se trata de una afirmación; pero con las oraciones no sólo se hacen afirmaciones, lo que mostrara con lucidez John Austin (1962), sino que se realizan muchísimos otros tipos de actos (como preguntar, invitar, protestar, bautizar, ordenar, adular, proponer, advertir o prometer), a los que este autor denominó “actos de habla”. Entonces, la verdad sólo podría dar cuenta de una parte del potencial general de significado de una oración, no de todo el significado potencial de ella, ni del significado específico que adquiere en un momento de uso.

El propio Austin y, más tarde, John Searle (1976), discípulo suyo y de Strawson, intentaron desarrollar una taxonomía rigurosa de los actos de habla.

Decía Searle que ése era el problema más importante para quien buscaba comprender cómo funciona el lenguaje y quizá tenía razón, en cierto modo: para hacer, desde la teoría, afirmaciones que sean contrastables con nuestras observaciones, necesitamos identificar los actos que se realizan en cualquier momento. Los intentos de ambos fueron infructuosos, como lo lamenta el propio Searle, aunque de ellos se derivaron aportaciones muy valiosas, cuya relación queda fuera del alcance de este artículo. Considero que la causa principal de la frustración de los esfuerzos de Austin y Searle fue no establecer adecuadamente la primera clasificación, es decir, no determinar cuántos grandes tipos de actos de habla existen, lo que va de la mano, pienso, de contestar cuántos actos se pueden realizar simultáneamente. No se puede afirmar categóricamente que un acusado sea culpable y al mismo tiempo formularlo hipotéticamente. Tampoco se puede permitir y a la vez prohibir que esa persona declare en un juzgado, ni menospreciar una fotografía testimonial en el momento en que se le confiere importancia. Sin embargo, sí se puede valorar la fotografía, autorizar la declaración y plantear la hipótesis.

Desde otro ángulo y en términos más generales, un enunciado puede emplearse para afirmar o negar un hecho con diferentes grados de convicción y, al tiempo, calificarlo como conveniente o inconveniente. Las cuatro combinaciones son posibles: afirmación y conveniencia, afirmación e inconveniencia, negación y conveniencia, negación e inconveniencia. Las dimensiones del conocimiento, o epistémica, y de la calificación, o valorativa, son independientes entre sí. Lo es también de ambas la dimensión del precepto,

la normativa o deóntica. Se puede hacer patente que una acción está prohibida y afirmar que ocurre, o tratar una conducta como indeseable y suscribir que es obligada. Si partimos de aquí, de que hay tres grandes clases de actos de habla, los epistémicos, los deónticos y los valorativos, los problemas de clasificación de Austin y Searle se resuelven.

La independencia lógica y la posible combinación de actos que pertenecen a distintas dimensiones refuerzan un punto que tiene la mayor importancia y que muchas veces se olvida: no hay una manera única, predeterminada, en que un discurso se relacione con sus entornos y sus ópticas. Desde que se empezó a reconocer lo que hoy se conceptualiza como discurso y a advertir qué hay que tomar en cuenta para analizarlo, se vio que la manera en que se acopla una cadena de palabras con la situación en que se produce es parte de su interpretación y, muchas veces, tiene consecuencias para su cabal comprensión. En la antropología, tempranamente, Bronislaw Malinowsky (1923) y, posteriormente, Dell Hymes (1962) encontraron que si una idea se puede expresar de dos formas es porque cada forma, además de expresarla, indica una relación diferente; en un caso pudiera ser la que tienen el hablante y el oyente, en el otro la del hablante y aquello de lo que habla o la que guarda con su comunidad o, inclusive, con su divinidad. En la escuela de pensamiento gramatical denominada “sistémica funcional” —inicialmente motivada por trabajos de Malinowsky y de su discípulo John Firth—,7 se han desarrollado tales ideas de manera muy fina, sobre todo por Roman Jakobson (1960) y 7 Ver Firth y Palmer, 1968.

Michael Halliday (1970). Ellos han mostrado, por ejemplo, que con una variación mínima en la selección o el orden de las palabras no sólo se destaca o minimiza una de las relaciones, sino que alguno de los elementos de la relación se subraya o se deja fuera. En ello residen las diferencias entre (3), (4) y (5):

(3) Quiero invitarla a una reunión en mi casa.
(4) La invito a una reunión en mi casa.
(5) Se extiende a usted una invitación a una reunión en mi casa.

Con (3) se enfatiza al emisor; con (4), al destinatario; con (5), la relación entre ellos queda en un segundo plano, y lo que más importa entonces es el acto de invitación.

Desde otra perspectiva, también antropológica, Gregory Bateson (1972) observó que toda unidad de comunicación conlleva un mensaje acerca de sí misma (una especie de meta-comunicación que trata sobre su propio carácter), y que, por lo tanto, comprender una comunicación implica enmarcarla apropiadamente. Por ejemplo, quien entiende una amenaza debe determinar si es real o es parte de un juego. Si se equivoca, su respuesta será inapropiada (y tal vez riesgosa). En la sociología, Erving Goffman desarrolló y combinó ideas afines a las de Bateson y Hymes, quien probablemente fue influenciado, en parte directa y en parte indirectamente por ellos, y quien seguramente los influyó a ambos. Lo mismo ocurrió con John Gumperz, quien fue coautor con Hymes de algunos trabajos importantes.

Goffman explicó la comunicación con base en una metáfora teatral (1974; 1959): cuando hablamos, creamos escenarios, nos ubicamos en ellos y

representamos papeles; también nos ponemos vestuarios y asumimos expresiones faciales que correspondan con la representación, para hacerla más creíble. Para comprender lo que se dice, hay que verlo como la adaptación de un libreto.

Gumperz propuso que la interacción comunicativa depende de inferencias que hacen los participantes con base en supuestos que dependen de su cultura y del orden en que se encuentran y que, por lo tanto, la unidad de investigación no es el individuo, sino la comunidad de hablantes.8 Asimismo, estableció que, para realizar esas inferencias, se requieren claves de contextualización, las cuales pueden ser explotadas conscientemente por los usuarios. Entre ellas se encuentran las diferencias dialectales y sociolectales, que comunican información muy difícil de expresar de otra manera.

A partir de las investigaciones de Bateson, Hymes, Gumperz y Goffman, se han constituido áreas de estudio especializadas en la conversación y en la interacción.9 Sobre las mismas bases, académicos de disciplinas como la psicología, la neurología y la inteligencia artificial, junto con estudiosos dedicados específicamente a la investigación en torno al discurso, han establecido que toda producción y toda comprensión de algún enunciado invocan conocimientos esquemáticos propios de la comunidad del hablante. Estos conocimientos se clasifican en dos tipos. Los primeros resumen acontecimientos, generan expectativas y encuadran percepciones. Por ejemplo,

8 Ver, por ejemplo, Gumperz, 1982.
9 Ver, por ejemplo, Saks, 1995 o Garfinkel, 1967.

una persona en cuyo entorno cercano no se suelen dar regalos entenderá como una muestra especial de afecto que alguien le dé un obsequio debido, precisamente, a que no la esperaba. Por otro lado, alguien cuyo entorno tiene como una práctica común el dar regalos podría interpretar uno como un mero gesto de cortesía porque anticipaba el obsequio. Los esquemas del segundo tipo generalizan y anticipan las estructuras y las secuencias que usamos para referir, relatar y modelar los hechos. Hay modos usuales y excepcionales de hablar acerca de los regalos.

Por todo lo anterior, existen correlaciones, entre los entornos y las formas de los discursos, y a veces son muy altas. Resumir los intentos por explicarlas requeriría un texto medianamente extenso y, por lo tanto, queda fuera de los horizontes de este artículo. Cabe advertir, al menos, que una de las ideas más difundidas al respecto es que el entorno determina el discurso, pero plantear esto es contradecir el espíritu de las observaciones y las reflexiones que originalmente condujeron a notar las correlaciones. Un discurso es emplazado en relación con sus entornos por el autor o la autora, quien tiene la opción de hacerlo de diversas maneras, algunas de las cuales ratificarían nuestros supuestos acerca de los entornos y otros las cuestionarían. De manera más elaborada, los constituyentes de un discurso prototípico se configuran en un orden doble:10 por una parte, se articulan entre sí; por otra, se relacionan con sus entornos, de manera que quien produce una unidad de discurso ha de tomar en cuenta tanto normas de articulación como normas de relación.
10 Ver Foucault, 1970.

LÍNEAS DE INVESTIGACIÓN Y DEBATE CONTEMPORÁNEO
En las últimas cuatro décadas, se han analizado los discursos propios de diversos ámbitos, como la ciencia, la política, la literatura, los medios de comunicación y el aula de clases. Especial atención ha recibido el empleo de recursos discursivos de formas que entrañan la promoción o la aceptación de condiciones de desigualdad, sobre todo en materia de género, raza y clase social, principalmente de investigadores que suscriben el denominado “análisis crítico del discurso”,11 como, por ejemplo, Teun van Dijk (1993).

Es de esperarse que en los próximos años se procure reunir los resultados de dichos análisis y las aportaciones de las investigaciones lingüísticas, filosóficas, antropológicas y sociológicas, a las que se ha aludido en la sección anterior, en un cuerpo coherente de conocimientos, es decir, en una ciencia propiamente. Tal esfuerzo debería estar acompañado de una revisión de los fundamentos del campo, empezando por los conceptos definitorios del término discurso mencionados en la primera sección (unidad lingüística, interacción circunstancialmente determinada, construcción ideológica, etcétera), para buscar un consenso similar al que ya tiene su denotación.12

Aunque los esfuerzos por articular diversas corrientes de pensamiento han sido menores de lo que sería conveniente para el campo en su conjunto, es

11 El iniciador de esta importante corriente fue Norman Fairclough (1989) y, como ya se indicó en la nota 5, los principales precursores de ella fueron Kress y Hodge (1979).
12 Entre otros que también han señalado lo valioso que sería contar con ese consenso, destacaría a Widdowson (2004) y a Charaudeau y Maingenau (2002).

poco probable que la situación se sostenga, porque ya se han iniciado debates que ponen en evidencia tanto las carencias, como las posibilidades de superarlas. Por ejemplo, hay autores que suscribirían los objetivos del citado análisis crítico, pero no concuerdan con muchas de sus concepciones, porque han mostrado que aquél frecuentemente tiene poco rigor;13 por ejemplo, señalan que en ocasiones los practicantes de esta corriente atribuyen al léxico propiedades que son de la sintaxis, y viceversa; asimismo, asumen como generales interpretaciones que la mayoría de los usuarios no necesariamente haría. Tales críticas servirán para elevar las exigencias metodológicas y propiciar que los partidarios del análisis crítico del discurso adopten los criterios técnicos que hayan probado quienes tienen reparos respecto de su enfoque.

Cabe pensar que, en la integración que resulte de la confrontación y la cooperación que hemos reseñado, probablemente tendrán especial relevancia los planteamientos que se han hecho en cuatro escuelas que han buscado no sólo analizar el uso o el abuso de los recursos discursivos, sino también explicar los fenómenos discursivos. La vocación de estas escuelas se refleja en que, para designarlas, se utilizan frases que contienen el sustantivo teoría, la preposición de, el artículo la y alguna otra palabra que especifica: enunciación, recepción, argumentación, pertinencia.

13 Ver, por ejemplo, Widdowson, 2004.

La primera de esas escuelas, la de la teoría de la enunciación, cuyo primer y más lúcido exponente ha sido Emile Benveniste (1966),14 se ha concentrado en la ubicación, en el tiempo y el espacio, de aquello de lo que trata el discurso. Él y sus seguidores plantean que es posible referirse a hechos presentes, pasados o futuros, e indicar que ocurren cerca o lejos de los usuarios, porque el propio discurso los relaciona con el momento y el lugar de su enunciación, ya que el enunciador apunta hacia ellos mediante marcas discursivas. En consecuencia, diríamos que elaborar o subvertir estas herramientas con las cuales hacemos referencia a los objetos de los que hablamos es apuntalar o socavar la situación de habla y de nosotros como hablantes. Referir implica reconocer o cuestionar la ubicación de quien refiere y, por extensión, tanto su papel como sus relaciones con los otros, lo que, a su vez, entraña aceptar o redefinir los papeles y las relaciones de los demás. En otras palabras, un discurso actúa no sólo sobre su objeto, sino también sobre su propio emplazamiento. Es esto lo que hace la literatura cuando crea realidades virtuales y la conversación cotidiana cuando recrea sus entornos.

La escuela de la teoría de la recepción, cuyos principales proponentes han sido Hans Robert Jauss, Wolfgang Iser y Harald Heinrich,15 trata las relaciones entre el texto, el lector y la interpretación. Plantea que esta última depende de un horizonte de expectativas que se encuentra en el texto como tal, y un horizonte de experiencias que está en el lector. A partir de ahí, por medio de

14 Ver Benveniste, 1966.
15 Una selección atinada de textos de estos y otros autores que se reconocen en la misma teoría se encuentra en Rall, 1987. Además de esta antología, recomendaríamos también Iser, 1989.

juegos de palabras propios de escritores de mente analítica, con la palabra alemana Spiel y la palabra inglesa play, proponen que la lectura es como la escenificación de un libreto. Aquí, el lector es, a la vez, espectador y actor; pero también personaje que va sufriendo los cambios de la historia, y, más aún, es la materia en la que la obra va adquiriendo su textura. El lector ejecuta la trama como si ésta fuera una partitura; tiene un papel activo en el proceso. Al mismo tiempo, es el instrumento y la materia sonora en los que la trama está ejecutada; entonces el texto no deja de ser un agente. Así, como si ensayara, quien lee se pone a prueba en papeles que sería muy riesgoso asumir en la vida real; pero también, en ocasiones, tiene experiencias tanto o más intensas que las de la vida. Por eso la literatura nos cambia, nos forma.

La teoría de la argumentación surge como un diálogo contemporáneo entre las disciplinas que integraban el trivium medieval. Esta escuela es, quizá, la más heterogénea de las cuatro, pero todos sus integrantes se preguntan por qué los usuarios del discurso se apegan o se apartan de los preceptos de la lógica y buscan explicarlo con base en derivaciones de la gramática y de la retórica. Los principales son Stephen Toulmin (1958), Chaïm Perelman y Lucie Olbrechts-Tyteca (1958), Jean-Blaise Grize (1990), Osvald Ducrot (1980) y Frans H. van Eemerem y Rob Grootendorst (2004). En algunas ocasiones, ellos o sus seguidores promueven formas de disputa argumentativa regidas por una ética de responsabilidades y en otras ven el problema en términos puramente estratégicos, pero siempre consideran que el polemista exitoso es quien consigue que otros hagan suyas las ideas que defiende.

Entonces, una buena estrategia en la argumentación es la que tiene por objetivo que los destinatarios acompañen al autor en la derivación de conclusiones, y una mejor aún, la que, sin haberlas enunciado explícitamente, deja que ellos las obtengan. Pueden adoptarse tales estrategias porque las estructuras del discurso son claves de lectura y porque en cada palabra hay, de entrada, orientaciones valorativas. Cuando encontramos la conjunción porque, sabemos que sigue una causa o una razón; cuando vemos el adverbio tan, buscamos un punto de comparación y, si no está en la página, lo proporcionamos; cuando aparece el adjetivo negro, sabemos que se habla de algo incierto y peligroso o de algo elegante y codiciado, y escogemos una de las dos calificaciones según el contexto. Por la manera en que se combinan las conjunciones, los adverbios, los adjetivos y las demás palabras, todo enunciado apunta hacia una conclusión, o sea, tiene una orientación, como dirían quienes se adscriben a la escuela. Además, quien argumenta se imagina los posibles contraargumentos y trata de rebatirlos.16 El lector o el auditor reconocen este diálogo anticipado y lo recrean. Pero, al tomar partido, juzgan también si el emisor es o no válido y, aún, si es apropiado o no que haya una argumentación. En coincidencia parcial con algunas de las ideas de las otras escuelas y con algunos de los planteamientos básicos tratados en las secciones anteriores, el estudio empírico de la refutación y la contrarrefutación nos enseña que presentar un argumento, además de acercarnos o alejarnos de su contenido,

16 Ver, por ejemplo, Quiróz, Apothéloz y Brandt, 1992.

nos convence de aceptar o rechazar las condiciones en que se produce la argumentación.

La teoría de la pertinencia, o relevancia, surge de una actitud de reconocimiento a la visión de Grice y tiene el propósito de superar su principio de cooperación, aunque algunos de sus críticos dirían que es contraria al espíritu de las ideas de ese filósofo. Sus proponentes iniciales, Dan Sperber y Deidre Wilson (1986), buscan una explicación de los implícitos más austera, más precisa y más exhaustiva que la de Grice. Ellos plantean que, estrictamente, sólo se requiere uno de los criterios que él planteara, el de la pertinencia, porque la satisfacción de los otros es derivable del cumplimiento de éste. Definen la pertinencia como una relación óptima entre consecuencias lógicas y esfuerzo cognoscitivo: cuantas más consecuencias tenga una interpretación y menos esfuerzo requiera producirla, más pertinente será. Sperber, Wilson y sus seguidores han estudiado los significados de distintas figuras retóricas, como la metáfora y la ironía, y las ideas comunicadas sin ser dichas en diversos tipos de discursos, como el humorístico y el publicitario. Ellos han ofrecido elucidaciones que se basan, todas, en la aplicación de la máxima de relevancia o pertinencia. De acuerdo con éstas, tanto los significados figurativos como las ideas no dichas son derivados y seleccionados por los destinatarios. De entre dos interpretaciones posibles, siempre escogeremos la más pertinente para un contexto dado, ya sea la que tenga mayores consecuencias, si se necesita el mismo esfuerzo para producirlas, o la de más fácil acceso, si tienen las mismas consecuencias. Por ejemplo, se

entenderá “es un niño” como ‘es irresponsable’, y no como ‘es espontáneo’, cuando se habla de confiarle una tarea a cierto adulto, porque ello tiene consecuencias en su contexto, mientras que la otra lectura es intrascendente; se entenderá como ‘es espontáneo’ cuando se pregunta por la sinceridad de la persona, y no como ‘es inconstante’, porque lo primero se obtiene más directamente y lo segundo resulta rebuscado.

Con base en lo expuesto en la secciones anteriores y en ésta, puede decirse que una agenda probable de investigación del campo de los estudios del discurso incluiría las siguientes tareas: elaborar la definición de un discurso como un signo; revisar las formas de explicación de los fenómenos discursivos; articular en un cuerpo coherente las aportaciones heterogéneas sobre los efectos mutuos entre el discurso y sus marcos de referencia y entre el discurso y sus entornos; por último, proponer principios generales que den cuenta de cuándo y cómo divergen los significados discursivos de los textuales en función de tales efectos.

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Deliberación

DELIBERACIÓN FERNANDO CASTAÑOS

DEFINICIÓN

En su significado más básico, es decir, el que se registra en los diccionarios generales, el sustantivo deliberación denota el acto de deliberar, verbo que se refiere a ponderar los pros y los contras de una decisión posible (DEUM, 1996: “Deliberar”, y DRAE, 1992: “Deliberar”). En ese tipo de obras de consulta, cuando se ofrece un ejemplo de deliberación, tiende a mencionarse la consideración que hace un jurado de los méritos de distintas posiciones acerca de un caso antes de resolver. Si una de tales obras dispone de espacio suficiente, probablemente incluirá entre las características de la deliberación, la consideración pausada y cuidadosa de motivos o razones.

El concepto se emplea en varios sentidos en el ámbito académico. En su acepción más común, que es la que nos concierne aquí, denota una clase de discursos que atañen a una colectividad y que tienen lugar, por ejemplo, en la vida política de una nación. No es pertinente definir esa clase como una categoría que reúna un conjunto de rasgos suficientes y necesarios, es decir,

propios de todos sus miembros. Su definición, más bien, ha de registrar las propiedades del prototipo de tales discursos. Cualquiera de ellos se parecerá a ese prototipo en un número de atributos, pero no todos compartirán los mismos atributos.

Entendida así la deliberación, como un prototipo de una clase de discursos, se define por las siguientes propiedades (Caso y Castaños, 2009):

1. Es parte de un proceso de decisión acerca de una medida o una política. 2. Tiene como objetivos:

a. estimar la factibilidad y las consecuencias de la medida, o sea, efectuar juicios epistémicos acerca de ella;

b. determinar la validez normativa de la medida, es decir, llevar a cabo juicios deónticos sobre ella;

c. estipular qué tan deseable o indeseable es la medida, o producir juicios valorativos al respecto de ella.

3. Supone que los tres tipos de juicios anteriormente mencionados son independientes entre sí.
4. Incluye argumentos a favor o en contra de los juicios que se emiten.
5. Está constituida por intervenciones de dos o más participantes que inicialmente cuentan con distintas posiciones epistémicas, normativas o valorativas sobre la medida.

6. Supone que es legítimo argumentar a favor o en contra de cualquier posición acerca de la medida.

7. Implica que, cuando un actor se refiere a su posición, reconoce la existencia de otras posiciones.
8. Requiere que, cuando un actor aluda a la posición de otro, para adherirse a ella, para oponerse a la misma o para exponer sus dudas al respecto, se refiera también a las razones del otro.

9. Supone que, en el espacio o los espacios de decisión, el acceso a todas las posiciones pertinentes esté asegurado y regulado para garantizar la equidad.
Por sus primeras propiedades, la acepción definida se distingue de otras

afines que pueden encontrarse en otras exposiciones académicas. Así, en ocasiones, el término deliberación excluye claramente objetos de carácter dialógico, como el de las propiedades 1 y 5; por ejemplo, cuando ciertos autores lo utilizan para aludir a un proceso individual de razonamiento libre que conduce a un sujeto a concluir y a hacer suya una afirmación.1 Otras veces el término implica objetivos más restringidos que los registrados en la propiedad 2; por ejemplo, en determinadas interacciones verbales, se emplea para designar una discusión científica que pretende dejar fuera los asuntos normativos y los valorativos de una cuestión.

Por las propiedades 1 y 2, la deliberación se distingue de la toma de decisión misma. Puede haber un proceso de decisión que incluya una deliberación colectiva y que culmine en la determinación de una autoridad unipersonal, y otro que comprenda una deliberación similar, pero que se defina 1 Ésta es la manera como lo emplea Seel, 2009.

por medio del voto en un órgano de representación. A la inversa, tanto la decisión singular como la colegiada pueden ser parte de procesos en que la deliberación carezca de importancia.

Por la conjunción de las propiedades 4 y 8, la deliberación se distingue de otras clases de discursos que también forman parte de los procesos de decisión, pero que tienen pretensiones de validez diferentes a la pertinencia y calidad de los argumentos. La deliberación contrasta, por una parte, con la negociación, cuya validez es principalmente una función de la sinceridad de las intenciones de los actores, y por otra, con la arenga y la admonición, que han de juzgarse en relación con las identidades de los actores que participan en el proceso y con las metas ulteriores de la medida que es materia de la decisión.

Una intervención discursiva de un actor dado es apreciable como deliberación si busca convencer a un público de la verdad de sus premisas o de la consistencia lógica de sus inferencias, o bien, si está dirigida a explicar por qué acepta o rechaza las premisas o las inferencias de otros actores; es decir, la intervención forma parte de una deliberación si trata propiamente de la medida en cuestión o de enunciados que hablan acerca de ésta, y no forma parte si trata de los enunciadores o de otros temas estrictamente ajenos. Por ejemplo, una intervención no se evalúa como deliberación, o sólo se evalúa negativamente, si el actor aduce que su posición debe aceptarse porque es él quien la sostiene o si descalifica los planteamientos de los otros porque provienen de ellos.

Las propiedades 6, 7 y 9 suponen y subrayan que la deliberación ocurre entre sujetos libres e iguales. Los participantes poseen los mismos derechos de opinar en un sentido o en otro y de aceptar o no las opiniones de los demás. En consecuencia, en la deliberación es legítimo cambiar de actitudes y de formas de pensar sobre el asunto en cuestión.

Ahora, las propiedades 7 y 8 implican una valoración positiva alta del examen de segundo orden, es decir, de la reflexión sobre la reflexión: quienes deliberan consideran importante que sea posible cuestionar cómo deliberan. Por lo tanto, el resultado de la deliberación es siempre provisional; las conclusiones alcanzadas se toman como las más razonables en su momento, pero al mismo tiempo se suscribe, explícita o tácitamente, que puedan ser revisadas en el futuro cercano o lejano, en caso de que surjan nuevas evidencias o puntos de vista más agudos.

En conjunto, todas las propiedades señaladas orientan la deliberación hacia la imparcialidad: las conclusiones que ofrece un participante pudieron haber sido propuestas por otro y, no por ello, pierden o ganan validez. En otras palabras, cuando se busca una decisión de acuerdo con los ideales deliberativos, no se intenta de entrada beneficiar ni perjudicar a nadie en particular, sino simplemente encontrar la conclusión más razonable y justa. Por ende, en la conceptualización mínima citada con mayor frecuencia, propuesta por Jon Elster (2001 [1998]: 21), la deliberación se caracteriza por incluir argumentos por y para terceros desinteresados.

De los señalamientos anteriores, se desprende que, en una deliberación, las contribuciones de un participante que insiste en sostener sus puntos de vista primordialmente con base en su autoridad, sus antecedentes personales o sus objetivos ulteriores, más que en el valor propio de lo que plantea, pueden ser objetadas como contrarias a la actividad discursiva que les brinda sus condiciones de posibilidad. De manera similar, son potencialmente materia de impugnación las contribuciones que descalifican a los opositores, en lugar de refutar sus argumentos.

Cuando se reconocen como válidas tales impugnaciones en un órgano de decisión, porque se aprecia la deliberación, tienden a desarrollarse normas parlamentarias que aseguran el acceso de todos los miembros a la discusión y que garantizan el respeto entre ellos, y a designarse moderadores que velan por el cumplimiento de éstas. De hecho, en ocasiones se califican los procesos como deliberativos (o no deliberativos) en función de la calidad o la vigencia de tales normas.

Por todo ello, cuando se requieren definiciones operacionales, es decir, con base en rasgos observables, debe considerarse como deliberativo un discurso en el que, al sustentar su posición, los participantes se refieren a las premisas de los otros.2

HISTORIA, TEORÍA Y CRÍTICA

2 Para una propuesta de indicadores de calidad deliberativa basados en tal concepción y en ideas afines a las expuestas en esta sección, ver Castaños, Labastida y Puga, 2007.

El valor de la deliberación en los procesos de decisión ha sido señalado desde la Antigüedad clásica por actores importantes de la vida social y política. Ya Pericles, discípulo de Zenón y máxima autoridad de Atenas en uno de sus periodos de mayor esplendor (443-429 a.C.), defendió la discusión seria en la asamblea de la ciudad-estado, como un rasgo esencial de su democracia, frente a quienes la consideraban un lastre que restaba eficacia al gobierno. Para él, la deliberación entre ciudadanos libres implicaba la afirmación de su condición y conducía a buenas decisiones.

En épocas más recientes, examinar en las cámaras legislativas los méritos de una propuesta en relación con el bien común, es decir, independientemente de los intereses particulares de quienes la promueven, ha sido considerado como un proceder necesario, si a esos órganos ha de atribuirse la representación general de la sociedad, y no sólo la de sectores diversos. Son notorias las intervenciones, en ese sentido, de políticos de diferentes orientaciones en momentos clave de la evolución de las democracias de Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos.3

No obstante, el ámbito de los estudios sobre la deliberación no es propiamente un campo disciplinario estructurado. Si bien, por las investigaciones de las últimas décadas, podría estimarse probable que se constituya como tal en los próximos lustros, no cuenta aún con prototipos de problemas que hayan sido clave para profundizar en su comprensión, ni con

3 Son particularmente célebres las intervenciones de Edmund Burke, Emmanuel-Joseph Sieyès y Roger Sherman. Al respecto, ver, por ejemplo, la introducción de la obra citada de Elster, 2001 [1998].

ejemplos paradigmáticos de observaciones para contrastar las predicciones generales con los hechos particulares. Se carece también de modelos canónicos para exponer los resultados de las indagaciones al respecto.

De hecho, debe advertirse, una conceptualización como la expuesta en el apartado anterior concuerda, en mayor o menor medida, con las que orientan el trabajo de los investigadores que se ocupan principalmente de la deliberación y con las de quienes se han interesado en ella desde las perspectivas que brindan otros temas, sobre todo, el de la democracia, pero no expresa propiamente un consenso entre los investigadores; éste aún no existe. Entre las divergencias que pueden observarse, para algunos la toma de decisiones es parte de la deliberación4 y para otros, entre los que me incluyo, es importante considerar aquélla como separada de ésta.5

Huelga decir que los esfuerzos por explicar las formas de la deliberación no han conducido a una teoría, en el sentido fuerte, aunque ha habido teorizaciones muy serias. Este ámbito del estudio del concepto es, más bien, un área temática de contornos difusos, en la que confluyen de diferentes maneras líneas de investigación de distintas disciplinas, las cuales se desarrollan con diversos enfoques y métodos, como se indica a continuación.

El campo en que, en nuestra época, se llamó inicialmente la atención sobre la deliberación, y en el que se han generado las principales aportaciones

4 Ver, por ejemplo, Stokes, 1998, quien define la deliberación en función de (lo que es para ella) su resultado: el cambio de preferencias.
5 Ver, por ejemplo, Gambetta, 1998, para quien la deliberación es un proceso que tiene lugar antes de tomar una decisión.

para su entendimiento, es el de la filosofía política, y los autores que más han contribuido a impulsar el interés por estudiarla son Jürgen Habermas y John Rawls.

Representante y contestatario de la escuela crítica de Frankfurt,6 Habermas ha hecho ver que, cuando unos seres humanos discuten para convencer, y no para engañar o imponer, es decir, cuando deliberan, asumen normas de discusión que suponen su reconocimiento mutuo como seres racionales, libres e iguales. Ha formulado esta tesis de distintas maneras, explícitas e implícitas, desde diferentes aproximaciones,7 y defendido que es uno de los puntos cardinales de un sistema que busca comprender la naturaleza de la responsabilidad y los fundamentos de la vida social.

En un conjunto extenso de textos sobre temas seculares de la filosofía y sobre grandes preocupaciones contemporáneas,8 Habermas ha planteado también que, si un régimen político se sustentara preeminentemente en dicho reconocimiento, las normas de la discusión constituirían el núcleo de un sistema de reglas de procedimiento que expresaría en forma plena la soberanía popular. Más aún, en la medida en que, en su esfera pública, una sociedad se

6 Los forjadores de esta escuela plantearon no sólo un rechazo a los sujetos que dieron forma al nazismo, sino también una crítica radical a lo que consideraron las condiciones culturales y lingüísticas que lo hicieron posible. Habermas, esencialmente de acuerdo con esa orientación, afirmó que la crítica, para ser responsable, debería ser propositiva (y no puramente negativa, como tendían a hacerla algunos de ellos), es decir, debería buscar alternativas, porque la vida seguía.

7 Las reflexiones de este autor sobre la deliberación se han desarrollado a lo largo de varias décadas, y muchas de ellas culminan en el libro Facticidad y validez (1998a), que trata también otros asuntos clave para la filosofía política.
8 Ver, por ejemplo, The inclusion of the other (1998b).

acerque a tal ideal de racionalidad e igualdad discursivas, las normas específicas de la discusión propiciarán el desarrollo del sistema general.

La filosofía de Habermas no es de lectura fácil. No obstante, ha atraído a muchos lectores, ha recibido el reconocimiento de sectores amplios y ha ejercido una influencia considerable en espacios diversos. Ello se debe, en buena medida, a que su trabajo, además de ser de alta calidad académica, ha abierto, a la vez, vías de reflexión y perspectivas de acción sobre asuntos de importancia para intelectuales y políticos. Por ejemplo, ha mostrado que la vitalidad de una democracia está asociada con el grado de posibilidad que tiene de transformar las ideas que circulen en su seno, y ese grado depende del vigor de la deliberación pública.

Por su parte, Rawls9 sostiene que la estabilidad democrática se funda en la justicia, entendida como equidad e imparcialidad. Ya que un régimen democrático garantiza los derechos y las oportunidades para todos, independientemente de su origen social y sus creencias, una mayoría suficiente lo preferirá, en la práctica, a otros. Además, se puede argumentar que es preferible a cualquier otro, por cuestión de principios. Por lo tanto, en una democracia deberían preservarse las reglas constitucionales que encarnan la garantía de imparcialidad, y debería ser posible sustituirlas sólo por otras que también la exprese.

Para Rawls, un arreglo constitucional democrático que cimiente la justicia identificará las normas morales comunes entre personas con visiones del 9 Ver, sobre todo, Political liberalism, 1993.

mundo y éticas diversas. Además de incluir estas normas, el arreglo establecerá la exigencia autorreferencial de la consistencia jurídica: estipulará que se deben evitar las contradicciones en la constitución y entre las demás leyes y la constitución. Cuando las instituciones legislativas y judiciales de un régimen están diseñadas para responder a esa comunidad de normas y procurar el cumplimiento de tal exigencia, las leyes tenderán a ser justas porque la discusión final sobre las leyes tenderá a ser recta. Podríamos resumir los planteamientos de este filósofo de este modo: si la democracia cuida la deliberación, la deliberación cuidará la democracia.

Entre Habermas y Rawls hay convergencias importantes. Para ambos, el desarrollo de la democracia supone que la esfera pública de lo político está diferenciada de otras esferas de la vida social, es decir, que posee sus códigos propios y no se subordina a los objetivos que se persiguen en las demás esferas. Recíprocamente, el ejercicio de la democracia fortalece la independencia de esa esfera (la pública).

Sin embargo, entre ambos autores hay también divergencias. Una, de consecuencias mayores, es que para Habermas las comunicaciones que tienen lugar en las universidades, los espacios de la sociedad civil y los medios son parte de la esfera pública, mientras que para Rawls ésta se restringe a los foros oficiales de los poderes del estado, como lo señala McCarthy (1994). Otra de ellas es que, si para Rawls la deliberación democrática se funda en un consenso de las culturas de una sociedad, en una intersección de sus diferentes conjuntos de ideales normativos, Habermas busca derivar una ética universal del

discurso a partir de sus condiciones empíricas de posibilidad, que sea independiente de las culturas de los hablantes.

LÍNEAS DE INVESTIGACIÓN Y DEBATE CONTEMPORÁNEO
Las afinidades y las diferencias entre Habermas y Rawls han sido debatidas en diversas formas, y de los debates han surgido temas que han atraído a estudiosos de la ciencia política y de la sociología política, campos en que se desarrolla actualmente la mayor parte de la investigación sobre la deliberación. De ellos —cabe prever— resultará una especialización y, por ende, una división del área, en tres subáreas: una dedicada a los asuntos teóricos, y otras dos, a las cuestiones empíricas, que tratarán, respectivamente, las condiciones externas de la deliberación y su régimen interno. Con seguridad, se conformará también como un terreno especializado, un cuarto dominio de investigación, éste de carácter aplicado, en torno a temas que recientemente han atraído atención considerable: el diseño de espacios de deliberación.

En el plano teórico, la agenda contemporánea de investigación del campo se definirá probablemente a partir del siguiente problema: explicar cuándo y cómo la deliberación hace posibles decisiones que, en su ausencia, son inalcanzables, y cuándo y por qué pospone decisiones que podrían tomarse sin deliberar. Además de que la temporalidad del proceso de decisiones ha sido, desde la Antigüedad clásica, un tema clave en las discusiones a favor o en contra de la deliberación, el efecto de ésta —con su nombre o con otros— aparece en preguntas contemporáneas sobre la transición de fases o estados en una comunidad, formuladas inclusive desde perspectivas que hasta hace poco

no tomaban en cuenta las modalidades de interacción comunicativa, como la teoría de la elección racional10 o el institucionalismo.11

Viendo las cosas en mayor amplitud y profundidad, se requerirá entender la relación entre la deliberación y la legitimad de las decisiones. No sólo recibe atención considerable la deliberación debido a que los rasgos más estudiados de la democracia —como la regla de mayoría— son insuficientes para explicar por qué en ella se aceptan como válidas decisiones con las que no se está de acuerdo, sino porque el problema puede verse como una extensión de otros ancestrales que se han esclarecido al tomar en cuenta la deliberación, como, por ejemplo, el del origen de la obligación de cumplir la ley (Castaños, Caso y Morales, 2009).

Las respuestas a ambas interrogantes, la de la posibilidad y la de la legitimidad de las decisiones, dependerán en buena medida de comparaciones entre la deliberación y otras interacciones discursivas, que, a su vez, estarán ordenadas en función de taxonomías de las interacciones y de subtaxonomías de la deliberación, a las que ya se está dedicando atención considerable por razones afines a las expuestas aquí (por ejemplo, Bächtiger et al., 2010). Los desarrollos de dichas comparaciones y tales taxonomías serán impulsados por los trabajos empíricos aludidos.

Muestra un camino posible para los interesados en los temas de la primera subárea, una investigación laboriosa de Jürg Steiner y tres colegas

10 Véase, por ejemplo, Austen-Smith y Feddersen, 2006. 11 Véase, por ejemplo, Gerring et al., 2005.

suyos (2005), en la que se comparan las deliberaciones en los órganos parlamentarios de Alemania, Estados Unidos, Gran Bretaña y Suiza. Ellos han obtenido medidas de atributos de la calidad deliberativa, como la participación, el grado de justificación y el respeto de los contrargumentos. Encuentran que las calificaciones del discurso parlamentario en esos rubros dependen de las posibilidades de veto que tiene la oposición, del grado de publicidad de las discusiones y, en menor medida, del carácter parlamentario o presidencial del régimen. Observan también diferencias importantes entre las cámaras altas y las bajas.

Considerando el contexto de la deliberación en un sentido más amplio, hay un interés por entender cuándo los ciudadanos participan en la discusión pública de formas que se acercan al ideal deliberativo. Por ejemplo, Diana Mutz (2006) señala, a partir de una reseña de investigaciones propias y de otros académicos, que en los ámbitos sociales en que hay una pluralidad de puntos de vista políticos, la interacción discursiva es potencialmente más rica y productiva, en principio, que en aquéllos en que los puntos de vista son homogéneos, aunque en los primeros, es decir, en los diversos, si la participación es muy intensa, el riesgo de radicalización es muy alto y, cuando ésta ocurre, deja de haber intercambios reales y exámenes genuinos de las opiniones. Dado que si no hay participación tampoco hay deliberación, ella

concluye que la conjunción de pluralismo y participación moderada es el mejor entorno para la deliberación.12

La segunda subárea empírica se encuentra menos prefigurada que la primera, pero desde que empezaron a cobrar auge los estudios sobre la democracia deliberativa, los escritos que han tenido impacto notorio tienden a suponer o explicar los efectos del orden en que ocurren, la manera en que son moderadas y las formas en que se registran las deliberaciones que forman parte de un proceso de decisión. Además de ellos, han recibido atención considerable, los que toman las garantías y las restricciones de acceso a la discusión como variables de estudio.13 Cabe ahora esperar que se sistematicen y se sometan a prueba las predicciones sobre tales condicionantes y, en general, sobre las reglas del juego de la deliberación.

Enfocando los elementos y los efectos de la deliberación más de cerca, será importante comprender cómo interactúan distintos tipos de argumentos y en qué sentidos modifican las posiciones de los participantes.14

Seguramente, además de retroalimentarse entre sí, los estudios de las tres subáreas se relacionarán con los de otros campos de investigación del discurso, de manera especial, con los que buscan elucidar la arquitectura lingüística de

12 Mutz indica que esta conclusión es válida para el clima social de esta época y dadas las habilidades comunicativas que tienen hoy la mayoría de los ciudadanos. Cabe imaginar otros casos posibles, en los que la participación alta pueda conjugarse con la deliberación de calidad. 13 Por ejemplo, en un conjunto de recomendaciones normativas sobre la elaboración de una constitución, Jon Elster plantea combinar el debate en comisiones y en el pleno de la asamblea constituyente de modo que se eviten (o se reduzcan) las concesiones injustificadas y las actuaciones espectaculares, y se privilegien la discusión seria y la transparencia.

14 Algunas de estas preocupaciones ya se manifiestan en trabajos de la última década, como en Checkel, 2001.

la argumentación.15 Asimismo, se verán impulsados por el desarrollo de iniciativas deliberativas prácticas. En las últimas dos décadas, han sido promovidos por investigadores y activistas, varios foros de información e intercambio de puntos de vista entre ciudadanos, funcionarios y candidatos, cuyo diseño ha incluido el registro de los acuerdos y los desacuerdos de los participantes, antes y después de la actividad comunicativa, con el doble propósito de sustentar seguimientos académicos de las razones ciudadanas y de hacer éstas presentes a los responsables de las decisiones gubernamentales.16 Asimismo, se han instituido en gobiernos locales modalidades de participación ciudadana que tienen características deliberativas.17 Ambas clases de procesos son como laboratorios que ponen en juego los elementos de las dinámicas discursivas estudiadas por las ciencias sociales, y que propician el intercambio de ideas entre éstas y el mundo de la vida política.18

En suma, la deliberación es una interacción entre personas libres e iguales que se respetan y que, al confrontar sus ideas y sus evidencias, hacen referencia a las premisas de los otros. Está orientada a la toma de decisiones, pretende la imparcialidad y, por lo tanto, sus juicios epistémicos, normativos y valorativos son autónomos entre sí e independientes de las identidades de los

15 En más de un trabajo sobre la deliberación o sobre la democracia deliberativa, se pueden encontrar referencias a un texto comprehensivo y, a la vez, con planteamientos de vanguardia en el campo de la argumentación: van Eemeren y Grootendrost, 2004.
16 Quizá, el esfuerzo que se ha replicado y documentado mejor es el de las llamadas encuestas deliberativas, véase Deliberating Polling, en cdd.stanford.edu/polls/docs/summary/.

17 La más conocida y potencialmente trascendente es la de los llamados “presupuestos participativos”. Para un balance del primero de ellos, el de Porto Alegre, Brasil, ver Gugliano, 2010.
18 Por ejemplo, ver en Fung, 2003, una sistematización de tales opciones y un análisis de las consecuencias que tienen.

participantes. Las investigaciones que se desarrollan en torno a ella, que conforman un área multidisciplinaria, tienden a enmarcar la observación de condiciones y regímenes del discurso y a vincularse con el diseño de espacios de discusión política.

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